Pregunta: ¿Hasta qué punto son libres y democráticas nuestras sociedades?
Noam Chomsky: Atendiendo a estándares históricos, estas sociedades son bastante libres. Son democráticas en el sentido de que tienen elecciones formales que no están amañadas y todo eso. No son democráticas en cuanto a que hay otras fuerzas, que no tienen nada que ver con lo popular, que afectan de manera determinante a quién puede presentarse a unas elecciones. Estados Unidos es el caso más extremo a este respecto. En este momento, las elecciones en Estados Unidos están básicamente compradas. No puedes presentarte a unas elecciones a menos que dispongas de una enorme cantidad de capital, lo que significa que, aunque no representan ni al 1% de la población, son sobre todo las grandes corporaciones las que proporcionan ese respaldo de capital. En las elecciones de 2008, por ejemplo, lo que llevó a Obama a la victoria final fue una sustancial ayuda procedente de instituciones financieras que son ahora el núcleo de la economía. Se estima que las próximas elecciones costarán unos 2.000 millones de dólares, y solo hay un sitio al que acudir en busca de una suma de dinero semejante.
Antes solía haber un sistema de asignación de puestos en los comités del Congreso a los que se accedía por veteranía y todo eso. Ahora mismo, generalmente se exige que quienes aportan fondos estén en el comité del partido, lo que significa que incluso esos puestos están, en gran medida, comprados. Esto significa que la opinión popular está mucho más marginada. Esto se ve muy claro en cualquier asunto del que se trate. Se dice que el gran problema ahora mismo, a nivel nacional, es el déficit. Pues bien, la gente tiene ideas sobre cómo acabar con el déficit. Por ejemplo: gran parte del déficit es el resultado de un sistema de salud altamente defectuoso cuyo coste per cápita es cerca del doble que en otros países y que, en modo alguno, obtiene mejores resultados; de hecho, los resultados son bastante más pobres. La población se ha mostrado desde hace tiempo a favor de cambiar a un tipo de sistema nacional de salud, que sería mucho menos caro y (a juzgar por los resultados) nunca peor, incluso puede que mejor. ¡Solo eso ya eliminaría el déficit! ¡Y ni siquiera se ha considerado!
P: ¿Qué es lo que realmente mueve nuestra política exterior y cómo nos afecta eso a nosotros, los ciudadanos?
NC: La política exterior del Reino Unido y Europa tiende a seguir a Estados Unidos; no completamente, pero EE UU sigue siendo el principal conductor de la política exterior. No es ningún secreto qué es lo que mueve la política exterior. Bill Clinton, por ejemplo, fue bastante explícito sobre ello. Su postura, expresada con claridad en el Congreso, fue que EE UU tiene derecho a llevar a cabo una acción militar unilateral, apoyado en ocasiones por una –así llamada– coalición de los dispuestos, para asegurarse recursos y mercados y que debe tener fuerzas militares desplegadas –lo que significa bases extranjeras en Europa y en cualquier otra parte– para modelar los acontecimientos en nuestro interés. Nuestro interés no significa el del pueblo americano, sino el interés de quienes diseñan la política; fundamentalmente, las grandes corporaciones.
La política exterior puede emprenderse por vías que puedan perjudicar a la seguridad. De hecho, no es infrecuente, después de todo. Si seguimos la Comisión Chilcot [la comisión del parlamento británico encargada de investigar el papel del Reino Unido en la Guerra de Irak. N. del T.], la jefa del MI5 testificó –como mera extensión de algo que ya se sabía– que tanto Estados Unidos como Gran Bretaña reconocían que Sadam Husein no era una amenaza y que la invasión aumentaría, muy probablemente, la amenaza del terror. Y de hecho, ¡lo hizo! Aproximadamente siete veces en el primer año, según estadísticas cuasi oficiales. Así que se emprendió una invasión que provocaría daños a los ciudadanos de los países invasores, como en efecto ocurrió. Al principio, por supuesto, los motivos se presentaron con las coletillas habituales, es decir, con el dossier informativo que acompaña cada uso de la fuerza, con alusiones a la democracia y a toda clase de conceptos maravillosos. Cuando empezó a verse claro que los objetivos de la guerra no iban a alcanzarse con facilidad, hacia el final de la invasión, ciertas políticas se establecieron con claridad. En noviembre de 2007, la Administración Bush emitió una Declaración de Principios que establecía que cualquier acuerdo con Irak habría de garantizar la capacidad ilimitada de las fuerzas norteamericanas para operar allí –esencialmente, bases militares permanentes– y que dicho acuerdo debería también asegurar la posición de privilegio de los inversores de EE UU sobre los sistemas de energía. En 2008 Bush reiteró, y de hecho, reforzó, este aspecto en un mensaje al Congreso, en el que dijo que haría caso omiso de cualquier legislación que limitara la capacidad norteamericana para usar la fuerza en Irak o que interfiriera con el control norteamericano sobre el petróleo iraquí. Esto se declaró muy clara y explícitamente. En realidad, EE UU tuvo que dar marcha atrás en sus objetivos como consecuencia de la resistencia iraquí; pero los objetivos en sí mismos fueron claros y explícitos, y no tenían nada que ver con la seguridad de los norteamericanos. Esto mismo es cierto en cualquier otra parte. Un eminente especialista en Pakistán revisó recientemente las políticas norteamericanas en Pakistán y Afganistán, revelando una vez más que estas políticas están aumentando de manera significativa la amenaza del terror y hasta posiblemente del terror nuclear. Sus conclusiones fueron que los soldados norteamericanos y británicos están muriendo en Afganistán para hacer el mundo menos seguro para los norteamericanos y los británicos. Esto no es tan infrecuente. La seguridad no es, típicamente, una prioridad esencial de los Estados. Hay otros intereses.
P: ¿Hasta qué punto están influenciados los medios por los objetivos del Gobierno y de las empresas?
NC: Hay casos en los que tiene lugar una interferencia directa del Gobierno y de las empresas, pero no creo que ese sea el principal problema en lo tocante a la influencia del Gobierno y las empresas sobre los medios. Tomando a Estados Unidos como ejemplo, los medios son grandes corporaciones, o sea que no es una cuestión de influencia empresarial; son corporaciones que están estrechamente ligadas al Gobierno. Hay un flujo constante de gente entre las corporaciones y el Gobierno; las interacciones son muy estrechas. El entramado de selección de los contenidos sobre los que se debe informar, cómo se debe informar y demás está modelado de manera determinante por los intereses compartidos de las élites del mundo de los negocios, el Gobierno, etc. De hecho, en las universidades no es diferente, y puede verse día tras día. No hay más que fijarse en la zona de exclusión aérea en Libia. En Libia, la intervención –tanto si uno la aprueba como si no– la están llevando a cabo las tres potencias imperiales tradicionales: EE UU, Gran Bretaña y Francia. Hay una participación marginal de algunos otros países de la OTAN, pero los principales países rehúsan involucrarse, y muchos simplemente se oponen a ella. Los BRICS [grupo integrado por cinco países con gran territorio y población: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. N. del T.], por ejemplo, están en contra, y Turquía no quiere involucrarse. Pues bien, estos tres, este triunvirato imperial, dieron gran difusión en su propaganda a una petición de la Liga Árabe sobre una zona de exclusión aérea. La declaración de la Liga Árabe era bastante tibia, y así fue calificada poco después, pero había, de hecho, una llamada en pro de una zona de exclusión aérea. Al mismo tiempo, la Liga Árabe solicitó una zona de exclusión aérea sobre Gaza. En Estados Unidos, literalmente no se informó de eso. Aunque algunos periódicos pequeños puedan haber hablado de ello, no hubo ningún medio importante –ni el New York Times, ni el Washington Post, ninguno de los grandes– que informara de ello. En realidad, en toda la prensa angloamericana, la única mención apareció en el Financial Times. Bueno, se trataba de una zona de exclusión aérea sobre Gaza… algo que no se ajusta a los intereses norteamericanos y, en consecuencia, no era noticia. Al mismo tiempo, la zona de exclusión sobre Libia sí que se ajustaba a los intereses del triunvirato imperial, así que eso era una noticia importante. Y este es el estándar; ocurre a todas horas.
Uno de los ejemplos más impactantes que nos dice algo sobre la cultura intelectual generalizada tiene que ver con Wikileaks. La filtración que recibió, con diferencia, la mayor atención en términos de titulares y comentarios eufóricos fue que los árabes apoyaban la política norteamericana con respecto a Irán, la hostilidad hacia Irán. Eso estaba por todas partes y fue muy interesante, porque a lo que se refería en realidad era a los dictadores árabes. ¿Y qué hay de la opinión pública árabe? Bueno, eso también fue estudiado, y fue estudiado por las más prestigiosas instituciones de encuestas norteamericanas y publicado por instituciones tan prestigiosas como Brookings. ¡La prensa no informó sobre estos estudios! En Estados Unidos, literalmente no se informó. Creo que hubo un reportaje en Inglaterra. Estos estudios colocan a Egipto como el país más importante de la región, y en Egipto el 90% de la población considera a Estados Unidos como la amenaza más importante. El 80% cree que la región sería más segura si Irán tuviera armas nucleares. Solo un pequeño porcentaje, puede que un 10%, considera a Irán una amenaza. Esas cifras son bastante similares en toda la región. Pero para los políticos, eso no tiene importancia. Mientras los dictadores nos apoyen, ¿qué más da?
Esto nos lleva de vuelta a nuestra primera pregunta sobre la actitud hacia la democracia. La actitud es que la población no importa, mientras esté bajo control; y esto se puede comprobar. Este es, por cierto, un problema bastante viejo. Si tuviéramos una información seria sobre estos temas, no solo se informaría sobre la opinión pública árabe, sino también sobre el hecho de que la política de ignorar a la opinión pública árabe ha estado presente desde hace tiempo. En los años 50, el presidente Eisenhower estaba preocupado por lo que él llamaba la ‘campaña del odio’ en el mundo árabe; no por parte de los Gobiernos, sino de la gente. En el mismo año, el Consejo de Seguridad Nacional publicó un estudio que concluía que la percepción entre la gente del mundo árabe era que Estados Unidos apoya a las dictaduras brutales y violentas, bloqueando la democracia y el desarrollo, y lo hace para mantener el control sobre sus fuentes de energía. Acabó concluyendo que la percepción (de los objetivos en política exterior) era más o menos exacta, y que, mientras los dictadores nos apoyaran, ¿a quién le importa que haya una campaña de odio?, siempre y cuando podamos controlar a la población… Eso se ha mantenido como una política consistente, dramáticamente patente hoy día, y como puede verse por la reacción a estas filtraciones e informes con datos cruciales no publicados, se ha convertido en una actitud generalmente aceptada entre los sectores mejor formados.
P: ¿Cuál es la verdadera naturaleza de la subversión informativa que se aprecia en los gobiernos y las grandes corporaciones?
NC: Yo diría que, hasta ahora, hay miles de páginas con información detallada sobre este tema. Sin ir más lejos, miremos los temas que acabamos de mencionar. ¿Es importante para nosotros saber que la invasión de Irak se emprendió con la expectativa de que aumentaría el terrorismo?, ¿que se emprendió con la intención de asegurar que las corporaciones norteamericanas tuvieran acceso privilegiado al petróleo iraquí? ¿y que se convertiría en una base militar permanente de EE UU? Yo creo que habría sido importante para el público saber eso. Creo que sería importante para el público saber que la opinión pública árabe es tan hostil al poder occidental (en concreto, a EE UU) que considera a EE UU como la primera amenaza y cree que la región estaría mejor si Irán tuviera armas nucleares. ¿Es importante para la gente de Estados Unidos y Gran Bretaña saber eso? ¡Yo diría que sí! Y podríamos seguir con otros casos. Por ejemplo, ¿es importante para los norteamericanos saber que, si tuviéramos un sistema de salud similar al de otras sociedades industrializadas, el déficit se eliminaría y no tendríamos que ir contra las pensiones de los maestros o el pago de medicinas para los ancianos, etc? Sí; creo que sería importante saberlo. ¡De hecho, creo que eso debería ser un titular a toda plana!
Toda esta información puede obtenerse a poco que se investigue, pero ni siquiera se menciona a los ojos del público.
P: ¿Qué influencia ejercen las grandes corporaciones en la sociedad?
NC: Las corporaciones juegan un papel determinante en la sociedad. No creo que este hecho sea ni siquiera discutible. Adam Smith ya hacía apreciaciones similares hace tiempo, señalando que en Gran Bretaña los principales arquitectos de la política eran los comerciantes y los industriales, la gente que era dueña de la sociedad, y se aseguraban de que se sirviera a sus intereses sin importar el doloroso impacto para el pueblo de Inglaterra. Esto es mucho más cierto hoy día, con concentraciones de poder mucho mayores; ahora ya no somos solo industriales: tenemos instituciones financieras y corporaciones multinacionales. Tienen una enorme influencia, y esa influencia puede ser no solo dañina, sino letal en muchos casos.
Tomando como ejemplo a Estados Unidos, las corporaciones han estado realizando grandes campañas propagandísticas para convencer a la población de que el cambio climático no es una amenaza. Esto ha llevado, en efecto, a la mayoría de la gente a estar de acuerdo en que no es un problema real. El capital privado ha sido también el instrumento principal que ha llevado al Congreso a un nuevo grupo de notables, unas figuras que son, prácticamente todas, negacionistas del cambio climático. Estos individuos están a punto de aprobar una legislación que reduzca los fondos del organismo internacional (el IPCC) [Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, el comité de expertos auspiciado por la ONU para tratar este asunto. N del T.] y la capacidad de la Agencia de Protección Ambiental, que puede que ni siquiera sea capaz de monitorizar el efecto de los gases de efecto invernadero ni de llevar a cabo otras acciones que podrían reducir el impacto del calentamiento global, que es una amenaza muy seria. Esto lo han hecho los ejecutivos de las grandes empresas mediante campañas de propaganda y financiando a las figuras políticas que dinamitan esos esfuerzos. Ellos comprenden tan bien como cualquiera que el calentamiento global es una amenaza muy grave, pero aquí entra a jugar el rol institucional. Cuando eres el consejero delegado de una gran empresa, tu tarea es maximizar el beneficio a corto plazo. Eso es mucho más cierto ahora de lo que lo haya sido nunca antes. Estamos en una nueva fase del capitalismo de Estado en la que el futuro simplemente no importa demasiado; ni siquiera la supervivencia de la empresa importa demasiado. Lo que importa cada vez más es el beneficio a corto plazo, y si no es eso lo que persigue un consejero delegado, será reemplazado por otro que lo haga. Este es un efecto institucional, no personal, y tiene extraordinarias implicaciones en la sociedad. De hecho, podría destruir nuestra propia existencia.
P: ¿Hasta qué punto existe todavía un sistema de clases en las sociedades occidentales?
NC: Las clases dirigentes están librando constantemente una dura guerra de clases y son conscientes de ello. Si leemos la prensa de negocios, se lamentan del peligro al que se enfrentan los empresarios, del creciente poder político de las masas, de la necesidad de pelear en la interminable batalla por las mentes de la gente, etc. ¡Y actúan al respecto! Continuamente realizan grandes campañas que garanticen que la concentración de poder en manos del sector empresarial siga creciendo. En los últimos treinta años, más o menos, ha habido cambios en la naturaleza de la economía, que se ha desplazado desde el capitalismo hacia el capitalismo de Estado. Gran parte del dinamismo de una economía proviene del Estado; los ordenadores, Internet, la revolución tecnológica, etc. Las aplicaciones vienen del sector privado, pero no la investigación y el desarrollo. Eso sigue siendo cierto en todas las áreas. En los últimos treinta años ha habido un cambio significativo hacia la ‘financialización’ de la economía. Las instituciones financieras tienen ahora una cuota mucho mayor en los beneficios económicos de la que tenían hace cuarenta años. Se ha dado también otro desplazamiento hacia la externalización de la producción, que, en realidad, coloca a los trabajadores de todo el mundo en competición, con consecuencias obvias. Esos movimientos han puesto en movimiento un círculo vicioso en el que la riqueza esta cada vez más concentrada en una población extremadamente pequeña. En Estados Unidos, el primer factor de desigualdad es la concentración extrema de la riqueza en una fracción del 1% de la población, que incluye a consejeros delegados, directores de fondos de inversión, etc. Según aumenta esa concentración de la riqueza, lleva consigo una concentración de poder político, dado que la riqueza tiene un enorme efecto sobre el sistema político, y el poder político, a su vez, conduce a una legislación que refuerza la concentración de la riqueza. Políticas fiscales, desregulaciones, normas sobre los estatutos de las empresas, etc. Este ciclo existe en todo el mundo, pero en Estados Unidos es demoledor. Como muestra, en la última generación hemos visto repetidas crisis financieras que simplemente no se daban en los años 50 o en los 60, cuando las medidas de new-deal [programas económicos intervencionistas impulsados en los años 30 por Roosevelt para superar la Gran Depresión. N. del T.] todavía estaban vigentes y el sistema financiero estaba mucho más restringido. Las crisis cada vez mayores ya no son un problema para los grandes bancos y los grandes inversores porque pueden confiar en papá Estado para que los rescate. Si tuviéramos un sistema capitalista, las crisis financieras serían graves, pero sus consecuencias se saldarían únicamente con la bancarrota de los culpables, con lo que Goldman Sachs, JP Morgan Chase y Citigroup simplemente no existirían; ¡habrían entrado en bancarrota hace mucho tiempo! Pero como no estamos en un sistema capitalista, han sido rescatados de manera reiterada por el contribuyente. De hecho, se los ha considerado por parte de las políticas reguladoras gubernamentales como “demasiado grandes para caer”, y las agencias de calificación lo tienen en cuenta. Cuando establecen el nivel de riesgo de Goldman Sachs, tienen en cuenta que, si se embarcan en muchas transacciones de alto riesgo y, por tanto, consiguen un enorme beneficio que termina colapsando el sistema, habrá un rescate que hará subir la calificación de esas firmas, lo que significa que podrán obtener créditos más baratos, y así sucesivamente. Mientras tanto, para el grueso de la población de las últimas generaciones –es decir, para la abrumadora mayoría– los ingresos han descendido de manera muy notable, mientras que las horas de trabajo han aumentado y los beneficios se han reducido, lo que ha llevado a una población enfadada, frustrada y confusa que está mucho más distanciada de las decisiones políticas. Decisiones que están, en enorme proporción, en manos de una concentración de poder extremadamente pequeña; y los medios de comunicación colaboran en ello, ya que son esencialmente parte del sistema. Hay algunas voces críticas en la periferia –después de todo, esta es una sociedad libre– pero las fuerzas mayoritarias tienden a apoyar al sistema. Estas son tendencias muy antidemocráticas, y también bastante peligrosas.
Una mirada a los conflictos.
P: ¿Cuál es su visión de la ‘guerra global contra el terror’?
NC: El problema es que no existe. No se combate al terror con acciones que se sabe de antemano que aumentarán el terror. La invasión de Irak, de nuevo, se emprendió con la expectativa de que aumentaría el terrorismo, y de hecho lo hizo. Eso no es una guerra contra el terror. No debería haber una guerra contra el terror, sino esfuerzos para debilitar al terror. Los modos de hacer esto son bien conocidos y entendidos. Gran Bretaña es un ejemplo perfectamente válido. Tomemos, por ejemplo, el terrorismo del IRA, que era bastante serio. Mientras Gran Bretaña respondió usando la violencia, contribuyó a una escalada del ciclo del terror. Finalmente –en parte, por la influencia de Estados Unidos y en parte por la presión interna–, la respuesta fue prestar atención a las quejas legítimas que subyacían en las acciones terroristas. Y bien, eso condujo al declive del terror. Por ahora, Irlanda del Norte –aunque no es ninguna utopía– no es, desde luego, como era hace solo quince años. ¡Esa es la manera de abordar el terror! Observar sus raíces, su origen, y hacer algo al respecto.
Una mirada a la globalización y la sociedad
P: ¿Cuáles son sus visiones acerca de la globalización y el desplazamiento del poder económico hacia China y la India?
NC: Antes de nada, deberíamos ser cuidadosos al hablar de “desplazamiento del poder económico”. Es cierto, desde luego, que China y la India han tenido tasas de crecimiento muy significativas, pero se trata de países muy pobres. Echemos un vistazo a su renta per cápita, por ejemplo. Según las cifras del Banco Mundial (que están groseramente subestimadas) China tiene quizá el 5% de la renta per cápita de Estados Unidos, y la India en torno al 2%. Estas cifras deberían multiplicarse por dos o por tres, pero incluso así suponen una pequeña fracción de las occidentales. China ha crecido de manera espectacular, y ha habido un impacto bastante significativo en la reducción de la pobreza y demás. A pesar de todo, China sigue siendo, de momento, una planta de ensamblaje. Si echamos un vistazo al déficit comercial de Estados Unidos con China (algo de lo que se ha hablado mucho) y lo calculamos con exactitud, en términos de valor añadido, resulta que el déficit comercial con China está sobreestimado entre un 25 y un 30 por ciento. El déficit comercial con Japón, Taiwán y Corea del Sur está subestimado en la misma proporción. El motivo es que, dentro del dinámico sistema de producción de Asia del Este, los componentes de alta tecnología vienen de la periferia –de Japón, Corea del Sur y Taiwán– y China los monta. Con el tiempo, esto cambiará, a medida que China vaya escalando peldaños en la escalera tecnológica, pero en este momento es así. Esto es aún más claro en el caso de la India, que tiene cientos de millones de personas que están excluidas por completo del sistema. Los suicidios de campesinos aumentan aproximadamente en la misma proporción que la creación de millonarios. Un par de cientos de millones de personas han obtenido ganancias, mientras otras muchas no, y su situación ha ido empeorando. Existen, además, enormes problemas ecológicos que no son contabilizados como costes, aunque deberían serlo. Lo que está ocurriendo allí es bastante espectacular.
Se ha hablado mucho de que China posee una parte de la deuda de EE UU y de lo que eso implica, y todo eso. Japón posee aproximadamente la misma cantidad de deuda norteamericana, lo que no otorga a Japón ningún poder sobre Estados Unidos. Hay muchos comentarios engañosos sobre estos temas.
P: ¿Cómo cree que será el mundo dentro de 25 años?
NC: Bueno, están ocurriendo varias cosas. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos era abrumadoramente dominante; su poder ha ido declinando desde entonces, y continúa en declive en este momento. En parte, este declive tiene que ver con el crecimiento cada vez mayor de la producción asiática; no debemos exagerarlo, pero es ciertamente una de las razones. Otro factor es el ataque interno a la salud de la sociedad norteamericana; la ofensiva de las corporaciones que ha tenido lugar en la última generación ha debilitado seriamente a la sociedad norteamericana. Hay un ataque al sistema educativo que tendrá graves efectos a largo plazo sobre la economía; hay un ataque generalizado contra la clase trabajadora: el círculo vicioso que antes describí es beneficioso para un pequeño sector de la población, pero es dañino para todos los demás. Las infraestructuras están en un estado lamentable. ¡Cualquiera que viaje a Estados Unidos desde Europa o incluso desde Asia piensa a menudo que está llegando a un país del tercer mundo! Y esto va a peor. No supone un problema para el pequeño sector de ricos y poderosos que externalizan la producción y se dedican a la especulación financiera; para ellos, realmente no importa si el país está en declive. Pero está en declive, y sufre ataques internos. Estados Unidos tiene una crisis financiera –el problema del déficit y de la deuda– debida a dos motivos. Uno, un presupuesto militar enormemente abultado, que es aproximadamente el mismo que el del resto del mundo junto, y en segundo lugar, un sistema sanitario desregulado, privatizado y altamente deficiente. Esos dos elementos están siendo protegidos, y eso, junto con el círculo vicioso que he mencionado, conduce a graves problemas internos que harán que el declive continúe. Además, el problema medioambiental es muy serio. Si Estados Unidos no se pone en cabeza, el resto del mundo no va a hacer demasiado. Si Estados Unidos mina los esfuerzos para atajar los problemas ambientales –como está sucediendo ahora–, la cosa va a ser aún más grave, y eso es exactamente lo que tenemos enfrente de nosotros, por las razones institucionales que he mencionado. Dentro de treinta años, eso será mucho más importante.
Por desgracia, existe además una amenaza cada vez mayor de guerra nuclear e incluso de terrorismo nuclear. Es por eso por lo que antes mencioné la política de EE UU en Afganistán y Pakistán. Parte de esa política aumenta el riesgo de que materiales fisionables puedan caer en manos de islamistas radicales. Hay que decir que el islamismo radical ha sido fuertemente apoyado durante mucho tiempo por Estados Unidos y Gran Bretaña para combatir el nacionalismo secular. Estados Unidos también ha apoyado los programas nucleares de Pakistán, India e Israel, los tres no firmantes del Tratatado de No Proliferación. Todo eso supone una mezcla explosiva.
También va a haber cada vez más conflictos por los recursos. Los recursos se están exprimiendo hasta el límite, y con un crecimiento cada vez mayor, la competencia será dura, lo que conducirá a graves conflictos por los recursos y puede que a guerras de algún tipo. Puede que no se trate de guerras militares, pero algún tipo de conflicto. Si miramos, por ejemplo, a la reserva de energía más importante del mundo, en Oriente Medio, ¡en este momento esos recursos están yendo más al Este que a Occidente! Estados Unidos tolera esto de buen grado; quieren que el petróleo saudí vaya a China para socavar las iniciativas de China en Irán. Eso forma parte de la estrategia geopolítica norteamericana, pero provocará conflictos, y es también cierto para otros recursos como el hierro, el cobre, el litio, etc. Este es un problema grave y creciente, y da una predicción bastante sombría del futuro, a menos que haya cambios significativos.
Fuente : Thought Economics
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